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EL FARISEO Y EL PUBLICANO
Por Gino Iafrancesco V. - 25 de Marzo, 2012, 0:37, Categoría: General
EL FARISEO Y EL PUBLICANO Localidad de Teusaquillo (4 de noviembre de 2005) (Gino Iafrancesco V.) Vamos a dar continuidad, con la ayuda del Señor, a la serie que estamos trayendo sobre los misterios del reino de los cielos en las parábolas del Señor Jesús. Hoy estaremos considerando otra de las más conocidas; es importante, y está solamente en Lucas; no la mencionan Mateo, ni Lucas, ni Juan, ni tampoco aparece en los logiones del llamado evangelio de Tomás, pero está en Lucas en el capítulo 18, donde la última vez que vimos un capítulo de esta serie, vimos la parábola de la viuda y el juez injusto. Estas dos parábolas están seguidas la una de la otra; el Espíritu Santo le recordó a Lucas esta otra parábola una vez que había dicho la anterior, y también sólo la registró Lucas, y ustedes saben que Lucas tenía un ministerio particular porque cada uno de los cuatro evangelistas miraba al Señor Jesús, pero veía las glorias del Señor Jesús desde un ángulo en particular, porque ellos no eran iguales, eran personas distintas, tenían trasfondos y formación diferente y, por lo tanto, eran testigos desde diferentes ángulos. El arca la llevaban cuatro levitas, pero no todos los levitas estaban en la misma esquina; un levita estaba en el nororiente, otro en el noroccidente, otro en el suroriente, otro en el suroccidente, pero entre los cuatro llevaban el arca, y así también, el testimonio acerca del Señor Jesús es dado por cuatro evangelistas desde diferentes ángulos, cada uno de ellos tiene un aspecto complementario del Señor Jesús y, debido a esa particularidad del ministerio de cada uno de ellos, hay cosas que solamente tienen ellos, hay cosas que tienen cuatro, cosas que tienen tres de ellos, cosas que tienen dos de ellos, pero hay cosas que sólo tiene uno de ellos; hay cosas que sólo están en Marcos, hay cosas que sólo están en Mateo, cosas que sólo están en Juan, cosas que sólo están en Lucas; las cosas que sólo están en uno de ellos son las que tienen que ver con la percepción específica y la condición específica que el Señor por el Espíritu le dio a cada uno; uno ve al Señor desde el ángulo del león, otro desde el ángulo del becerro, otro desde el ángulo del hombre, y otro, desde el ángulo del águila, porque el Señor Rey es también Siervo, es también Hombre, y es también Dios, y se necesita la plenitud para ver al Señor de una manera más completa, entonces en estas cosas, que cada uno de ellos da y que ninguno de los otros da, es donde percibimos el ministerio particular y la característica particular de cada uno de ellos; en este caso, Lucas tiene una sensibilidad especial, ese carácter inclusivo del Señor, ese carácter humano, solidario del Señor que incluye a los pobres, que incluye a las mujeres, a las viudas; muy diferente de Mateo; Mateo menciona el aspecto profético, el aspecto del rey, el aspecto específicamente judío, así como Marcos presenta el aspecto del siervo, más desde un punto de vista romano, porque él estaba en Roma y hablaba para latinos, muy práctico, en cambio Juan hablaba desde la vista del águila, desde lo alto, y Lucas hablaba desde el punto de vista del hombre, él empieza desde Adán; Mateo comienza desde Abraham y David, pero Lucas no restringe al Señor a Judá, ¿verdad? él habla desde Adán, entonces vemos que esta parábola del fariseo y el publicano viene a continuación de la parábola del juez injusto y de la viuda. La parábola anterior que estudiamos del juez injusto y de la viuda, era una parábola que editorialmente, por el Espíritu Santo, desde el principio, dice Lucas para qué se dijo. Miren cómo comienza el 18:1 referiéndose a la anterior parábola: “También les refirió Jesús una parábola”, y aquí explica, por el Espíritu Santo, Lucas “sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar”, o sea, la parábola de la viuda y del juez injusto la explica desde el principio, incluso antes de la parábola, él ya dice para qué es la parábola, él ya está diciendo cuál es el objetivo esencial de la parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar; ese es el objetivo principal por el cual, el Espíritu Santo, le explica a Lucas que fue dicha por el Señor Jesús esta parábola, pero el Espíritu Santo conoce al ser humano; a veces nosotros, después de que oramos al Señor, si obedecemos esta primera parábola aquí de Lucas 18, a veces, nos sentimos santos, nos sentimos muy buenos, tenemos sensaciones bonitas de estar en la presencia del Señor y corremos el peligro del engreimiento espiritual, de pensar que somos alguna cosa, de pensar que somos mejores que otros; -nosotros sí oramos, nosotros sí ayunamos, nosotros sí leemos, nosotros sí predicamos, nosotros sí testificamos y los otros no-, entonces, el Espíritu Santo viene, e inmediatamente después de enseñarnos a orar, nos enseña sobre qué base es que oramos; no sobre la base de la justicia propia, sino sobre la base de la gracia de Dios, entonces, el Espíritu Santo, después de enseñarnos una parábola, inmediatamente nos enseña otra, porque el Señor es muy equilibrado; a veces la verdad tiene dos caras, si sólo miramos una cara, podemos irnos a un extremo, entonces, el Espíritu Santo nos enseña una vida de oración, pero ustedes saben que, en la experiencia religiosa de personas que les gusta orar, que les gusta profetizar, a veces no se dan cuenta de que les va entrando un cierto orgullo espiritual; se sienten mejores que otros que no oran, o que ellos piensan que no oran, que ellos piensan que no tienen la misma experiencia, entonces, el Señor equilibra una parábola con la otra, y ahora viene el lugar, justamente, de la siguiente parábola que está en Lucas capítulo 18, desde los versos 1 al 14; dije el contexto en el cual aparece esa parábola para que así tenga mayor significado para nosotros, el contexto nos ayuda un poco. Fíjense que son pocas las veces en que el Espíritu Santo mueve al evangelista a dar una explicación editorial. Generalmente, las parábolas son introducidas, ellas mismas, sin decir cuál es la lección, pero en estas dos ocasiones, tanto en la de la viuda y el juez injusto como en la del fariseo y el publicano, el Espíritu Santo le dio a Lucas la carga específica de, antes de decir la parábola, decir cual es la lección esencial de la parábola, decir a quién va dirigida y para tratar qué problema humano. Entonces aquí comienza la parábola en el verso 9, y vamos a leer toda la parábola inicialmente de corrido y luego volveremos sobre nuestros pasos, con la ayuda del Señor, para considerar más masticado cada uno de los elementos de la parábola, entonces leámosla desde el verso 9: “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aún alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, el pecador” Aquí, esta traducción de Reina Valera se saltó el artículo; aquí este publicano no dice solamente “pecador” sino “el pecador”, como quien dice, él se identificaba como el prototipo de pecador, no uno más sino como el peor de todos, como el mismo Pablo decía de sí mismo. “Os digo (ahora dice el Señor Jesús) que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; (o en vez del otro, podría decirse) porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” Volvamos sobre nuestros pasos, vamos a masticar un poquito confiando en que el Señor nos ayudará a tocar algunas cosas, por el Espíritu Santo, con esta parábola que, yo pienso todos recordamos y por eso allí hay el peligro. Cuando ya recordamos en la memoria algo, a veces nos cerramos al toque del Espíritu; el Espíritu es el que está tocando siempre para que la palabra no sea solamente una idea sino que realmente nos toque el Señor por ella, y aquí dice: “A unos que confiaban en sí mismos como justos”; acaba de hablar de la necesidad de orar siempre y no desmayar. Nos vamos a dar cuenta de que lo que hacía este fariseo, y algunos otros fariseos, a veces, era ser más santos, entre comillas, claro, que Dios; como se dice: más papistas que el propio Papa, o más calvinistas que Calvino, porque algunas cosas que ellos hacían, las hacían más allá de lo que Dios mandaba, por eso, a veces, el ser humano, en su justicia propia, se siente tan bien en la presencia de Dios que llega a congraciarse consigo mismo, llega a aprobarse a sí mismo, llega como a estar complacido consigo mismo; ese es un peligro de las personas que quieren caminar con Dios, quieren complacerse consigo mismos; ¡qué bonito!, ¡qué santos hemos llegado a ser!, nosotros sí oramos, nosotros sí estamos orando; esos otros hermanos, parece que no madrugan, ni leen, ¿se dan cuenta? nos va entrando ese gusanito de autocomplacencia, de autojustificación que es muy peligroso para la vida espiritual. Entonces, aquí dice: “A unos que confiaban en sí mismos como justos”. No hay problema en ser justos por causa de que el Señor nos hace justos; la palabra del Señor habla de los justos, de hecho hay justos, pero nadie es justo en sí mismo; solamente somos justos en la justificación que nos viene de Cristo, Cristo es nuestra justificación, Cristo es nuestra redención, Cristo es nuestra santificación y Cristo es nuestra sabiduría, no en nosotros mismos, pero fíjense que, a veces, uno no se da cuenta, a veces, uno piensa que uno en sí mismo es algo, quizás uno doctrinalmente sabe que no debe ser así, pero nuestros sentimientos, a veces, nos engañan, a veces aceptamos una autocomplacencia, una justificación propia. En el mundo de querer caminar con Dios, ese es un gran peligro. ¿Ustedes recuerdan cuando el hermano Rick Joyner tuvo esas visiones que él registra en su libro “La búsqueda final”, que a veces, el brillo de la armadura no le dejaba ver los peligros y el orgullo lo atacó por detrás?, y por eso le fue dado un manto muy humilde, muy sencillo, una especie de trapo, común y corriente, para tapar el brillo de su propia armadura, ¿se dan cuenta? Ese es el peligro. ¿Qué fue lo que le pasó a Satanás? Satanás, cuando vio su belleza, cuando vio su propia sabiduría, él empezó a ver cuán bonito era él, cuán excelente era él, mejor que todos los demás, y hasta se le ocurrió la locura de que podía ser semejante al propio Dios; ¿se dan cuenta del peligro terrible? y eso le sucedió a él antes de ser diablo, fue cuando él empezó a ser diablo, fue con ese problema. Entonces dice: “A unos que confiaban en sí mismos como justos”, o sea que nunca; desde el principio nos enseña la parábola que nunca podemos confiar en nosotros mismos, nunca nada que nosotros seamos o que nosotros hagamos, es la base por la cual nosotros podemos llegar con cuello erguido delante de Dios; Dios sí quiere que nos presentemos en su presencia como hijos de Dios, como sacerdotes de Dios, como muertos al pecado y vivos para Dios en la resurrección de Jesucristo, pero siempre en Jesucristo; delante de Dios podemos tener acceso, pero nunca en nuestra propia justicia, nunca en la excelencia de nuestras obras, nunca basados en lo que somos o en lo que hicimos; podemos llegar ante el Señor con el rostro en alto, pero no porque nosotros lo podemos levantar con base en algo nuestro, sino porque Él en su gracia nos levanta el rostro y dice: -Mirad a Mí y sed salvos1-, y nos abre amplia entrada a su presencia, pero esa entrada nunca está basada en una excelencia nuestra; siempre está basada en la gracia, siempre está basada en el don, y por eso, el Señor aquí escoge a personas opuestas de la sociedad, personas que representaban los dos extremos: el extremo de la gente bien y el extremo de la gente mala, el extremo de los peores. Entonces dice: “A unos que confiaban en sí mismos”, o sea, en vez de tener la fe en el Señor y en su gracia, tenían la fe en su justicia propia; eso es muy delicado, eso fue lo que le pasó a Israel; mirémoslo aquí en Romanos, capítulo 10, donde el apóstol Pablo lo explica de una manera magistral; referido a Israel, dice el apóstol, desde el verso 1 (dejemos marcado allí en Lucas 18 porque volveremos allí): “Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios”, o sea, eran personas que tenían celo de Dios, que querían agradar a Dios, se esforzaban por agradar a Dios. Yo acabo de venir de Jerusalén y ver unas personas con sus uniformes, todos arreglados, con sus cachumbos, orando al Señor, tratando de agradar a Dios en su justicia. Llegamos a Hebrón y un rabino joven nos predicó, y todo lo que él quería decir era acerca de ser recibido ante Dios en base a la justicia, ¿ven? Entonces dice: “yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia”, es decir, no comprenden las cosas como realmente son delante de Dios, “Porque ignorando la justicia de Dios”, o sea, la que es sólo por la fe, la que es basada en el precio que Él pagó y no en el mérito que tienen nuestras obras, “ignorando la justicia de Dios”, la que explica Pablo en Filipenses, por ejemplo, “y procurando establecer la suya propia”, procurando establecer su justicia propia, dice, “no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin”, o sea, el objetivo “de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”. Entonces, noten que aquí habla de una clase de justicia, la que es de Dios, justicia de parte de Dios al que cree. Creyó Abraham a Dios, entonces Dios le contó esa fe por justicia2; no era una justicia que tenía Abraham, era una justicia que tenía Dios; el mundo está condenado, el mundo no puede salvarse por su propia fuerza y mérito, entonces, -yo voy a enviar a Abraham una simiente, y en la simiente de Abraham, serán benditas las familias de la tierra3-, entonces esa simiente de Abraham es Cristo; la bendición viene es por causa de Cristo, porque Cristo, que es la simiente de Abraham, el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios, murió por nuestros pecados y resucitó, entonces Abraham creyó la promesa de Dios, que sería bendito por Dios a través de un descendiente de él que sería el Cristo, y por eso, Dios le contó esa fe a Abraham por justicia, porque Abraham no confiaba en la justicia de él sino en la justicia de Dios que le sería dada por medio del descendiente suyo que es el Mesías, ¿ven? por eso dice acá: “porque el fin de la ley es Cristo para justicia a todo aquel que cree. Porque de la justicia que es por la ley”, esa es otra clase de justicia, o sea, la justicia propia, “Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas”. Entonces, la justicia de Dios es por creerle a Dios lo que hizo Dios a nuestro favor siendo nosotros inútiles, y la justicia propia es merecer por lo que se hace; el que haga esto vivirá, vivir por lo que se merece, esa es la justicia de la ley, por Moisés, pero la ley fue dada sabiendo que no la cumpliríamos y que la quebrantaríamos; por eso fueron mezclados los mandamientos con los sacrificios, porque Dios, lo que quería hacer con la ley, era mostrar nuestra inutilidad, porque Él sabe que nosotros vamos a intentar, procurar merecer algo, porque estamos acostumbrados a pagar por lo que merecemos y a recibir también por lo que hicimos, entonces Dios tenía que desilusionarnos, hacernos realistas, mostrarnos la condición inútil de nuestra situación adámica, entonces, nos puso la ley sabiendo que la desobedeceríamos, pero nos la puso fue para eso, para que, al tratar nosotros de agradar a Dios cumpliendo la ley, descubriéramos que ante tantos y repetidos fracasos, somos unos totalmente inútiles en nosotros mismos, para eso fue dada la ley, como un termómetro para mostrarnos cuánta fiebre tenemos y que no nos engañemos a nosotros mismos; “de la justicia que es por la ley Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas. Pero la justicia que por la fe”, está contrastando dos justicias: la propia; por lo que hago, y la de Dios; por lo que Él hizo y que yo creo, porque Su palabra que me anuncia Su amor y Sus hechos, engendran la fe, la justicia, en contraste con la otra, “la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo?” o sea, ¿quién logrará llegar al cielo por sus fuerzas?, no lo digas, “(esto es para traer abajo a Cristo)”; nosotros no vamos a hacer que Cristo venga, no; Él nos amó primero, fue Él el que vino, fue Él el que tomó la iniciativa; estando muertos, el Hijo del Hombre vino a buscar lo perdido, porque por lo que nosotros éramos, no éramos merecedores; éramos los perdidos y Él tomó la iniciativa en venir, no es que nosotros lo hicimos venir a premiar, no, ni tampoco digas: “o, ¿quién descenderá al abismo? (Esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos)”, o sea, ninguno de nosotros puede hacer nada para ayudar a Cristo a resucitar, no; Cristo resucitó por el propio poder de Dios, sin ninguna ayuda nuestra, entonces, la justicia de Dios nos guía a no confiar en que merecemos, no; el Señor tomó la iniciativa, “Mas ¿qué dice?”, ¿qué dice la justicia que es de Dios? “Cerca de ti está la palabra”. Él vino, Él fue el que bajó y nos puso tan cerca de su corazón, Él habló la palabra para introducir su palabra como simiente en nuestro corazón y darnos el don de la fe a través de oír la palabra; “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor”, nota: no es lo que tú eres, no es lo que tú mereces; es lo que el Señor Jesús hizo, “y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos”, o sea, que murió por nuestros pecados y el Señor lo resucitó, demostrando que aceptó el sacrificio, “serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”, entonces aquí vemos ese contraste. Ese contraste aparece también en Filipenses. Vamos a Filipenses, capítulo 3, a ver ese contraste de nuevo allí. Filipenses, capítulo 3. Dice el apóstol Pablo desde el verso 2: “Guardaos de los perros”, o sea de los gentiles, “guardaos de los malos obreros”, y estos malos obreros, por el contexto de lo que dice Pablo, son los que guían a la gente a la justicia propia, a depender de algo que ellos han hecho, por eso lo explica, “guardaos de los mutiladores del cuerpo”, se refiere a los que hacían depender, de la circuncisión en la carne, su salvación, por eso se les llama mutiladores del cuerpo, y luego dice Pablo: “Porque nosotros”, incluyendo a los Filipenses que no eran judíos, a los cristianos, “somos la circuncisión”, la verdadera circuncisión, “los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne”; la parábola empieza: “A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, les dijo también esta parábola…”, junto con una, dijo la otra, entonces aquí dice lo mismo que dice en Lucas; confiaban en sí mismos, dice: “no teniendo confianza en la carne. Aunque yo tengo también de que confiar en la carne. Si alguno tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día”, ustedes fueron circuncidados, yo también, al octavo día, no después como prosélito, no; desde niño, “del linaje de Israel”. Hoy en día estamos viendo los apellidos sefaraditas y no tenemos que caer aquí en estas cosas; es más importante primero pertenecer al cuerpo de Cristo como el nuevo hombre, y ningún hermano que no encuentre su apellido en la listas sefaraditas se tiene que poner triste porque si es un hermano, y está en Cristo, está en la lista del cielo, esa es la principal lista, esa es la más importante. Ahora, claro, como el Señor hizo promesas, las tenemos también en cuenta, porque es parte de la palabra, pero lo primero es lo primero y, lo segundo es lo segundo. Entonces dice acá: “Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley fariseo”, y aquí nos encontramos con el extremo de los bonachones; él era fariseo, él no era de esos saduceos herodianos; fariseo, de Fares, entonces dice: “en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es por la ley, irreprensible”. Noten que Dios no escogió a un malo sino a un hombre que trató de ser bueno, de cumplir toda la ley y que era celoso por cumplir la ley, a ese lo escogió para demostrar lo inútil que es la ley para salvar; la ley es buena, pero no para salvar, la ley es buena para mostrarnos el carácter de Dios, lo que es justo de Dios, la naturaleza de Dios, el estilo de Dios y la perversidad nuestra; para eso es la ley, pero nunca para salvarnos; nadie se puede salvar por la ley. Entonces dice aquí: “en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible”, o sea, él trataba de obedecer todos los mandamientos. “Pero cuantas cosas eran para mi ganancia, las he estimado como perdida por amor de Cristo”. Entonces, esto que explica Pablo aquí en Filipenses 3, ese contenido espiritual, es el que está detrás de la parábola, que dijo el Señor Jesús, acerca del fariseo y el publicano que estamos considerando en esta noche. “Y ciertamente, aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo”, y este “todo” no son sólo cosas materiales sino su propia confianza en cosas externas, como el ser hebreo de hebreos, el ser irreprensible en cuanto a la ley; él ya no tenía eso como ganancia, si eso le servía de estorbo para estar solamente en Cristo, él lo consideraba más bien un problema. Recordemos esto, especialmente ahora que estamos viendo los apellidos sefaraditas; “y lo tengo por basura, para ganar a Cristo (claro que yo leo la traducción más simple y no voy a decir la más verdadera) y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia”, no teniendo, porque a veces uno se aferra; como ustedes han visto, porque han estado leyendo a Job, cómo Job trataba de aferrarse a su propia justicia, ¿verdad? y cuando Dios le mostró la inutilidad humana, entonces él dijo: -yo hablaba lo que no entendía, cosas demasiado maravillosas para mi, oye por tanto ruego, yo te preguntaré y tú me enseñarás, me aborrezco en polvo y ceniza4- y eso fue lo recto de lo que habló Job. ¿Qué es lo recto? -soy una miseria y no entiendo nada, ni lo que digo; ¡ah, Señor! solamente ayúdame-, eso es lo recto, eso es lo único recto; entonces, aquí dice lo mismo Pablo: “no teniendo mi propia justicia, que es por la ley”, otra justicia, la que alcanzó el publicano, “sino la que es por la fe de Cristo”, y ni siquiera “en” sino de Cristo, porque es un don de Dios, “la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos”. Todos los muertos van a resucitar, incluso los perdidos, pero hay una resurrección especial que es esta primera resurrección en la cual, Pablo, tenía puesta sus esperanzas siendo hallado en Cristo, y no en su propia justicia. Entonces, estas cosas que habla Pablo aquí y que tipifican también, por ejemplo, la historia de Caín y Abel, son las que están detrás de esta parábola. Ustedes recuerdan que Caín llegó a la presencia de Dios basado en su propio trabajo; él trabajó y se esforzó porque para ser labrador de la tierra hay que trabajar más que para apacentar ovejas, claro que los que apacientan ovejas también trabajan, pero no tanto como los labradores; a los labradores les toca estar haciendo fuerza, volteando la tierra, sembrando, limpiando, regando, y eso fue lo que hizo Caín, y obtuvo flores y frutos en sus productos, y vino a Dios contento a presentarle las cosas como si no hubiera nada con él, como si fuera suficientemente bueno, pero nuestra bondad está mezclada con nuestro mal, con nuestra jactancia, con nuestra presunción, con nuestro menosprecio de otros. Aquí, a veces hemos mencionado ese caso, como por ejemplo: yo traiciono a mi esposa, y luego, vengo y le doy un besito, como si no hubiera hecho nada; no, tengo que confesar mi pecado y pedir perdón para que ella me reciba, pero venir con flores ante Dios, como si no fuéramos malos, es como hacer eso; es como confiar que podemos venir delante de Dios. -Bueno, nosotros cantamos bien, nosotros estudiamos bien, predicamos bien- y, basados en lo que somos y hacemos, pretendemos ser recibidos por Dios; en cambio, Abel se dio cuenta de que él conocía la historia de sus padres, de que cuando Adán y Eva quisieron por ellos mismos cubrirse ante Dios, delante de Dios seguían desnudos; fue lo que Dios hizo por ellos y no lo que ellos hicieron por sí mismos, lo que cubrió a sus padres. Dios sacrificó a un animal inocente para, con la piel de ese animal, cubrir a sus padres delante de Dios, entonces Abel entendió eso y dijo: -yo no voy a ponerme a plantar flores, papayas, ni lechugas, ni nada de esas cosas-; corderos, ovejas, entonces él le ofreció a Dios sacrificio de sangre, como quien dice: -Dios, yo no merezco acercarme a ti, merezco es morir, pero mira este cordero inocente, está muriendo en mi lugar para que tú me puedas recibir-, entonces Dios vio con agrado la ofrenda de Abel y no miró con agrado la ofrenda de Caín; noten que la justicia propia es el comienzo de la persecución de los hermanos. El que confía en sí mismo que es justo, entonces menosprecia a los otros, los considera inferiores y considera que puede tratar de corregirlos a su manera, y ¿no dice la palabra de Dios que algunos pensarán que persiguiendo, incluso matando a los santos, agradan a Dios, rinden servicio a Dios? ¿no dijo Jesús que viene la hora en que cualquiera que os mate pensará que rinde servicio a Dios? ¿ustedes piensan que esos curas que torturaban a los judío, a los protestantes y a las brujas y les metían la imagen de María por la nariz diciéndoles: .......... no estaban confiando en agradar a Dios, en su justicia propia, queriendo convertir a los herejes, a los brujos y a los de la mala sangre judía, como decían los españoles, creyendo convertirlos por su fuerza? ¿Usted no cree que se hicieron perversos al considerarse superiores a los otros? O sea que la justicia propia los convierte en perseguidores. Cuando Pablo trató de ser justo, llegó a ser tan celoso de Dios, que se volvió perseguidor de la iglesia. Entonces, cuando uno confía en su justicia propia, menosprecia a los demás, los persigue, les hace daño, ¿ven? o sea que la persecución empieza por ahí; por ahí empezó Caín, y le dijo el Señor: -si hicieres bien, pero el pecado está a la puerta5-, o sea, detrás de la justicia propia, viene el pecado, ¿se dan cuenta? Viene el pecado porque ese bien, que nace sólo de nosotros mismos, está en el mismo árbol donde está el mal; el árbol del bien y del mal es un mismo árbol, no son dos árboles; el árbol de la vida divina, que es un don de Dios, es uno, pero el del bien y el mal es un mismo árbol; donde hay bien natural, hay mal natural mezclado con el bien, hay jactancia propia, hay menosprecio, hay todas estas cosas; es tan humano, está tan en nuestras fibras si somos abandonados solamente a nosotros mismos, ¿ven? entonces Caín representa en este caso a la justicia propia; Abel representa al que es justificado por la justicia de Dios mediante el sacrificio del cordero inocente; es el mismo caso también de Isaac e Ismael. Ismael nació por la fuerza propia de Abraham queriendo ayudarle a Dios, y cuántos problemas hay hasta hoy por los que nacieron de la fuerza de Abraham, cuántas rivalidades, cuántos problemas todos los días; ismaelitas, árabes con judíos, en cambio Isaac nació de la gracia de Dios; Dios esperaba que Abraham ya no tuviera más fuerzas y ya no pudiera ayudarle más con nada propio de él para entonces, Dios rejuvenecerlo con su poder, con su Espíritu; ahí nació Isaac del poder de Dios y dijo: -el heredero es Isaac, no es Ismael-, ¿amén? Entonces, todo esto está detrás de esta parábola. “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola”, dijo también ésta, porque ya que habló de orar, hay el peligro de que los que estamos orando, o los que están orando, piensen que ahora son mejores, ¡no! Continúa el verso 10: “Dos hombres”, y ahora el Señor pone los dos extremos, “subieron al templo a orar”, porque el templo quedaba arriba, en el monte Moriah, en un monte, entonces, los que vivían en Israel, tenían que subir a Jerusalén y subir al templo. Y dice: “uno era fariseo, y el otro publicano”, y el Señor escogió, como les decía, los dos extremos; los fariseos eran los que querían ser más fieles a la ley, los más irreprensibles de las denominaciones, digamos, entre comillas, los más evangélicos eran los fariseos, como hoy los evangélicos pueden ser algunos bien fariseos también, o sea que esto no se aplica sólo a los fariseos, puede aplicarse a los evangélicos también si actuamos como fariseos, legalismo, justicia propia. Entonces dice acá: “y el otro publicano”, o sea, servía al Estado, pero no al propio Israel sino al imperio que estaba dominando a Israel, a Roma. Los publicanos hacían negocios, los publicanos pagaban un monto específico que les imponía el imperio y luego recuperaban ese monto cobrándole al pueblo, se ponían en lugares específicos donde pasaban las principales caravanas; si los pescadores llegaban con pescado, tenían que pagarle un impuesto al imperio y, como ya lo habían pagado adelantado los publicanos, entonces ahora los publicanos les cobraban con intereses, y cobraban mucho al pueblo y extorsionaban, entonces eran aborrecidos del pueblo; realmente ellos vivían de atosigar a los otros, vivían de los intereses; vivían como esas sanguijuelas que viven del trabajo de otros, solamente aprovechándose de que lo que otros hacían, y ellos estaban ahí, listos para sacarle a todos; esos eran los publicanos, o sea, eran realmente aborrecidos, pero aún el Señor vino a salvar a los publicanos; ¿no dijo así cuando fue a la casa de Zaqueo? ¿y el banquete que le hizo también Levi Mateo?, él era publicano, y había muchos publicanos, y dijo Jesús que Él vino a salvar a los enfermos, pues claro, todos los publicanos eran enfermos, pero Él vino como médico a salvar también a los publicanos y Él pone los dos extremos. Verso 11: “El fariseo”, noten el contraste, “puesto en pie”, en cambio dice el verso 13: “Mas el publicano, estando lejos”, o sea, uno puesto en pie, seguramente no se va a poner en pie allá afuera, sino que va a ponerse en pie allá adelante, lo más cerca que pueda llegar, ¿verdad? en cambio, el otro se mantenía lejos, ¿se dan cuenta? Yo pienso que Caín llegó demasiado cerca, en cambio Abel se quedó por allá lejos, escondido detrás del sacrificio. Entonces dice aquí: “El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera”, noten que puede existir un fenómeno religioso; el hermano Watchman Nee lo llama “obsesión”. Hay un libro de él que se llama “Realidad espiritual u obsesión”; las obsesiones son cosas de nuestra mente, que nosotros nos imaginamos, y entramos en sugestiones y entramos en cosas, y a veces hay hasta guerras espirituales fingidas, porque hay guerras espirituales reales, pero hay otras que son pura pamplina, son puras imaginaciones, y este fariseo dice que oraba consigo mismo; él realmente no tocó a Dios porque él vino fue a congratularse de sí mismo, en la propia presencia de Dios, o sea, una persona que realmente es tocado por Dios y que toca a Dios, lo primero que hace es caer postrado: -¡Señor, ten piedad de mi!-, pero este hombre se veía que realmente estaba tan contento consigo mismo, que ¡él oraba consigo mismo!, claro que él dijo: -Dios-, pero él estaba hablando era consigo mismo, estaba contento con él mismo, estaba autocomplacido, y ese fue el problema, “oraba consigo mismo de esta manera: Dios”, ¿a quién le dijo: -Dios-? ¿al Dios que él se imaginaba que lo estaba probando? ¡no!; ¿al Dios real que conoce su miseria? Consigo mismo oraba, no con Dios: “Dios te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones (pero aquí le estaba robando la gloria a Dios), injustos (él estaba siendo injusto) adúlteros (espiritualmente lo estaba siendo) ni aún como este publicano”; o sea, pensaba que era mejor que los otros, se sentía que era mejor, es decir, una persona que no ha sido avergonzada por Dios, todavía está en ese cuento, en ese sueño, en ese delirio, en esa obsesión, engañandose a sí mismo; sólo cuando la luz de Dios lo toca a uno, como Isaías que cayó como muerto, Job cayó como muerto, Juan cayó como muerto, Daniel cayó como muerto y cualquiera que ve al Señor cae como muerto. Verso 12: “ayuno dos veces a la semana”, noten, el único ayuno que fue mandado por Dios, era una vez al año en el día de Yon Kipur, de los que son ayunos de mandamiento en la ley; solamente Dios mandó ayunar una vez al año, el día del Yon Kipur, el día de la expiación, ¿verdad? pero éstos habían llegado a ayunar hasta dos veces por semana. Hoy en día hay mucha gente que va a ayunar; -hermano, yo ayuné cuarenta días-, y entran en la lista de los de cuarenta días, y están confiando en que, por haber ayunado, ahora tienen más poder; eso es orar consigo mismo, eso es estar en una ilusión, estar en una obsesión, ¿se dan cuenta? Todo basado en sí mismo, en lo que sienten, con base en lo que hacen, no es en lo que el Señor es, sino en lo que él es y en lo que él quiere. Mucha gente quiere sentir, cuando sienten algo, se sienten mejores que los que ellos piensan que no sienten; esa es justicia propia, porque nosotros no venimos por sentimientos sino por fe, por lo que Él hizo por nosotros. Nunca somos mejores que nadie, Él tuvo misericordia, y nada más; “y doy diezmos de todo lo que gano”. Cuando nosotros leemos la ley del diezmo en el Antiguo Testamento, la ley, porque antes de la ley hubo un diezmo voluntario de Abraham y otro más o menos voluntario de Jacob, después vino la ley y estableció un diezmo de los animales, del grano, de las olivas, pero ellos habían llegado a diezmar la menta, el comino, el eneldo, ellos querían ser, como les decía, más papistas que el papa, ¿se dan cuenta? Y él decía: “doy diezmos de todo lo que gano”, o sea, él estaba contento porque él era mejor; ayunaba dos veces, eran los lunes y los jueves, por eso es que en la Didaké dice la iglesia primitiva: -no ayunen los lunes y los jueves, mejor los martes y los viernes-, porque sabían que esos eran los días de los ayunadores; si quería ayunar dos veces, bueno, háganlo otro día, no el día de los ayunos, contaban: -si hermano, estoy ayunando-. Verso 13: “Mas”, o sea, “pero”, ese es el contraste, “el publicano, estando lejos”, ¿por qué estaba lejos? Porque él percibía la gloria de Dios, entonces en la luz de Dios veía su propio pecado, entonces él no podía ser presumido, “no quería ni aún alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba en el pecho”, esa es una manera de decir: -soy culpable, yo fallé-, pocas veces aparece eso de golpearse el pecho; dos veces aparece, una es cuando el centurión se dio cuenta de que aquel que habían crucificado era el Hijo de Dios; ahí se golpeaban el pecho, no era un golpe de pecho así aprendido; eso que se aprende, muchos ritos y maneras, no, este era culparse realmente a sí mismo, ser consciente de su miseria, de lo que él había hecho, que había extorsionado a otros, de la clase de vida que él tenía, o sea, él tuvo conciencia de su miseria, entonces dice: “se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mi, pecador”, y esta palabra “propicio”, viene de la misma palabra “propiciación”, hilasterio, propiciatorio, donde la sangre del Cordero fue derramada para que todos sean recibidos, o sea que aquí, este pecador, este publicano, no confiaba en su propia justicia, confiaba en la propiciación provista por Dios, decía a Dios que fuera propicio y Dios nos es propicio a través de la propiciación; la misma palabra hilasterio es la raíz de la palabra que aparece aquí: “sé propicio”, o sea que, como Abel, Abel no confió en lo que él hacía, ni en lo que él era, ni merecía, sino en la propiciación del animal, del cordero inocente que murió porque él merecía la muerte, entonces, dice que Dios vio con agrado la ofrenda de Abel porque le recordó a su propio Hijo, porque era una figura de su propio Hijo, con base en el amor de su Hijo, a quien Dios puso como propiciación, como propiciatorio, el lugar de la sangre derramada, con base en eso somos recibidos. A veces, nosotros cantamos bien, pero nunca debemos pensar que somos recibidos por lo bonito del canto, a veces, recogemos ofrenda para los santos pobres, pero no debemos pensar que por eso nosotros somos recibidos; nosotros somos recibidos sólo por la sangre, nunca debemos confiar en nada, sino en la propiciación, y esto fue lo que este publicano encontró como única salida. Cuando él vio su miseria, la única salida era la propiciación provista por Dios, nunca era nada que él merecía, ni que él prometía, porque a veces nosotros prometemos pensando que vamos a poder cumplir y después fallamos, fallamos y fallamos la promesa, para que nunca confiemos ni en lo que hicimos, ni en lo que pensamos que vamos a poder hacer, y a veces Dios nos permite fallar y fallar y fallar para destruir todo rastro de justicia propia y que no nos quede sino la única esperanza, la propiciación provista por Dios, el Dios propicio; entonces este publicano confió como Abel, en la propiciación, o sea, en el sacrificio por los pecadores y por el pecado y el sacrificio de reconciliación. Verso 14: “Os digo (y aquí el Señor es la última palabra) que éste (o sea el publicano) descendió a su casa justificado”, o sea que la justificación del publicano no se basó en lo que él hizo ni él merecía sino en la confianza que tuvo en lo que Dios es; Dios le fue propicio a través de la propiciación, entonces por eso fue justificado; esta es la justicia que es por la fe, no la que es por la ley, no la que es por ayunos, no la que es por oración, no la que es por buenas obras, aquí es sólo por la fe, “descendió a su casa justificado antes que el otro”; y la palabra “antes” puede decir que el otro llegó después, pero realmente es en vez del otro; el otro, mientras confiaba en sí mismo, no podía ser justificado, quién sabe qué tenía que sucederle para que se diera cuenta de que era también culpable y aborrecible. Entonces dice: “porque”, y esto lo repite otra vez el Señor, ya lo había dicho antes en otro contexto, pero ahora lo dice en este contexto, “cualquiera que se enaltece”, y aquí el Señor usa la palabra “enaltecerse” cuando tenemos trazos de autocomplacencia y de justicia propia; la autocomplacencia y la justicia propia es autoenaltecerse, por ahí comenzó Satanás. Entonces dice: “será humillado” como lo fue Satanás “y el que se humilla”, o sea, el que reconoce que no es nada, “será enaltecido”, pero enaltecido por la gracia, enaltecido porque el Señor lo encuentra muerto, y por gracia, lo levanta, lo resucita, por fe; estando muertos, el Hijo de Dios nos llama, de la muerte a la vida, por la gracia somos justificados y somos enaltecidos, Dios está mostrando que ser justificados es ser enaltecidos, ¿se dan cuenta? Ser justificado es ser enaltecido, porque el que es perdonado, es hecho hijo, es sentado con Cristo en lugares celestiales, ¿qué cosa más enaltecida puede haber?, es enaltecido por Dios, pero el otro, que se enaltece a sí mismo, es humillado por Dios; entonces podemos ser humillados por Dios si nos enaltecemos a través de nuestra justicia propia, o podemos ser enaltecidos por Dios si nos humillamos y no confiamos sino en la propiciación, nada más que en la propiciación. La gracia del Señor Jesús y de nuestro Padre Dios sea con nosotros. Vamos a orar con la ayuda del Señor. Señor: te agradecemos inmensamente que hablaste esta parábola para librarnos de nuestra locura, de nuestras obsesiones, de nuestras presunciones, de nuestras pretensiones, ¿qué tendrás que hacer Señor para desbaratar nuestra necedad? Ten piedad de nosotros, perdona tú nuestros pecados, no somos mejores que nadie, sino como el propio Pablo decía: -los peores pecadores- Pablo comenzó diciendo que era el último de los apóstoles, luego, el más pequeño de los santos, pero aquí terminó diciendo que era el peor de los pecadores; él fue madurando, fue descendiendo de último y de pequeño a peor, y ahí fue justificado por tu gracia. Señor, somos conscientes de que somos pecadores, quizá peor de lo que nos imaginamos y nos creemos. Señor, ten misericordia de nosotros, perdona nuestros pecados, de los que somos conscientes y de los que no somos conscientes como este fariseo que no pensaba que era pecador, límpianos con tu sangre, y guárdanos, ayúdanos a acoger a nuestros demás hermanos y a todas las personas en la base de tu sola gracia y no en la justicia propia, guárdanos de todo menosprecio, cualquier resquicio de menosprecio hacia alguien que haya en nuestro corazón, líbranos de eso, guárdanos de cualquier resquicio de justicia propia y de autocomplacencia, líbranos Señor, queremos ser desilusionados aquí y no en aquel día, queremos estar en aquel día basados en tu misericordia, en tu sacrificio, en tu sangre y en tu Espíritu y no en nosotros mismos. En el nombre del Señor Jesús, amén. Transcripción: Marlene Alzamora Revisado por Johanna Alvarado de Salamanca, del comité de revisión, para revisión final del autor. 1 Is 45:22 2 Rom 4:3 3 Gn 28:14 4 Job 42:3-6 5 Gn 4:7 |