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LOS ASIENTOS RESERVADOS Y LOS ÁGAPES
Por Gino Iafrancesco V. - 25 de Marzo, 2012, 0:52, Categoría: General
(31) LOS ASIENTOS RESERVADOS Y LOS ÁGAPES EL MISTERIO DEL REINO DE DIOS (31) LOS ASIENTOS RESERVADOS Y LOS ÁGAPES Localidad de Teusaquillo (3 de junio de 2005) (Gino Iafrancesco V.) Abramos la palabra del Señor en el libro de Lucas, en el capítulo 14. Estaremos considerando, con la ayuda del Señor, una parábola que el hermano William Hendriksen llamó de “Los asientos reservados”; lo encontró más ajustado al texto que el de “Convidados a la boda”, por la esencia de la lección; yo concuerdo con el hermano Hendriksen, así que voy a llamarle también con él: “los asientos reservados”. Lucas capítulo 14, desde el versículo 7; y estaremos considerándolo hasta el capítulo 14. Esta parábola solamente se encuentra en Lucas, no la registra ni siquiera Mateo, ni Marcos, ni Juan; y es el Espíritu Santo el que puso en el corazón de Lucas el llamar a este pasaje “parábola”. Hay una razón por la cual el Espíritu Santo le hizo llamar “parábola”; podría parecer una lección moral; de hecho, vamos a ver otros pasajes de la Biblia donde la misma lección aparece. El Espíritu en continuidad, en el corazón del Señor Jesús, se mantuvo en este sentir de Dios, pero el Espíritu Santo le acrecentó a Lucas el llamarle a esto una parábola; y la razón por la cual Lucas le llama parábola, es para mostrar la delicadeza del Señor Jesús; quizá sin llamarle parábola, podría alguno interpretarla como si fuera una impertinencia, pero al llamarle parábola, lo saca de un asunto coyuntural y lo levanta a un asunto general; o sea que el Señor no está tratando solamente cosas en esa coyuntura, sino hablando cosas generales para todas las coyunturas; principios. Entonces es una parábola, y vamos a leerla de corrido primeramente, y luego vamos a hacer algunos comentarios, enriquecer con la ayuda del Señor, con otros versos de la palabra, el sentir del Espíritu. “Observando cómo escogían los primeros asientos a la mesa, refirió a los convidados una parábola (nótese que estos convidados no son los convidados de la parábola, no; son los convidados que estaban en esa ocasión especial), diciéndoles: Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él, y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: Da lugar a éste, y entonces comiences con vergüenza a ocupar el último lugar. Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa. Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido. Dijo también al que le había convidado: (ese tampoco es un personaje de una parábola, sino un personaje de la vida real) Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y seas recompensado. Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos”. Cuando lo leemos, no pareciere una parábola, pero el Espíritu Santo dijo: es una parábola; el principio moral que aparece en esta parábola lo habían mencionado incluso unos rabinos antes del Señor Jesús, basados principalmente en el libro de Proverbios. Vamos al libro de Proverbios, al capítulo 25, versículo 7, y vamos a encontrar aquí el mismo Espíritu; acordémonos de que quien estaba operando en el Antiguo Testamento era el mismo Espíritu del Señor. Proverbios 25:7; este es uno de los Proverbios con que el Espíritu movió al rey Salomón, al sabio Salomón a escribirlo, y que fue recopilado por los varones de Ezequias, el rey Ezequías de Judá. Entonces, entre esos dice este verso 7 del capítulo 25 de Proverbios: “Porque mejor es que se te diga: sube acá, y no que seas humillado delante del príncipe a quien han mirado tus ojos”; o sea que aquí el Señor nos enseña por el Espíritu a no autopromovernos, a no meternos donde no nos corresponde, sino esperar el ser convidados. “Mejor es que se te diga: sube acá”, que -no, por favor, esto es privado, salga-; es mejor que nos conviden, y no que nos echen; mejor es que nos abran la puerta, y no que nos la tengan que cerrar. Entonces este Proverbio 25:7, aunque no es exactamente las palabras de la parábola, sí es el mismo principio. Entonces en Lucas 14:8 dice: “Cuando fueres convidado por alguno a bodas…”; ustedes saben que en las bodas se hace un tipo de ceremonia donde se reservan, tanto para la boda, como después para la cena de las bodas, se reservan ciertos asientos. Imagínense que alguien, por ejemplo, el padre o la madre que están trayendo a la novia o al novio, ellos lo traen hasta cierto lugar, y luego tienen su asiento reservado; imagínense que haya alguien aquí que sin darse cuenta, por ejemplo, un muchacho que vino y encontró bien práctico sentarse en esa silla vacía allí adelante; y vino y se sentó; y después tiene que decirle alguien, un ujier: -por favor, se levanta, porque esta silla está reservada para la madre del novio-, o para el padre de la novia, o para cualquier cosa. Hoy en día, las bodas y las cenas no son iguales en los detalles, pero sí tienen principios similares. Antiguamente las mesas eran en forma de “U”, como una especie de herradura; el que servía entraba por la abertura de la “U” y servía a las personas; entre los judíos, el lugar más prominente era el del medio; digamos que estaba la “U”, y el que estaba en la parte cerrada de la “U”, era, como decir, el que ocupaba el primer honor; entonces a la persona más honorable se le cedía ese lugar; y luego al siguiente se le cedía hacia la derecha y hacia la izquierda; y luego asimismo había una precedencia de honor, en cuanto a la mesa del anfitrión, o a la mesa del novio, o a la mesa del rey. Entonces, los que le seguían en honor se colocaban exactamente una mesa a la derecha y otra mesa a la izquierda, y había un orden. El primero en honor se colocaba en la mesa central, en la “U”, allí en el centro, y entonces, uno a la derecha, el otro a la izquierda, luego la mesa de la derecha, luego la de la izquierda; se seguía el mismo orden de honor. Esto quizás en un espíritu laodizaico, donde se ha perdido, digamos, la conciencia de la autoridad; porque lo que quiere decir “Laodicea” es: “los derechos humanos”, pero los derechos humanos a veces tomados a la fuerza, digamos, la anarquía, la falta de respeto, la falta de reconocimiento de las personas; sin embargo, en el reino de Dios existe un orden de prioridades, existe también un orden de respeto. Cuando, por ejemplo, ustedes leen las listas de los apóstoles, siempre aparece Pedro de primero. El Señor le dijo: -a ti te daré las llaves del reino de los cielos-, y aparece Jacobo de segundo, Juan de tercero, Andrés de cuarto, siempre Felipe aparece de quinto, y Bartolomé de sexto, y Jacobo hijo de Alfeo de noveno; ¿por qué? ¿por qué hay listas en que no va a poder aparecer Jacobo de primero, y Pedro de doce, o Felipe de octavo, y por qué siempre de quinto? Porque en el reino de Dios hay autoridades delegadas de parte de Dios; y no solamente en el reino de Dios, sino que todo el ámbito de la naturaleza y de la sociedad está gobernado también por Dios. En la nación hay un primer magistrado, y hay un presidente, hay una serie de ministros, y hay un orden; por ejemplo, si el presidente no está, le corresponde el derecho a fulano para ocupar su lugar; hay un orden; y cuando uno es una persona que no ha sido entrenada para reconocer espiritualmente la autoridad, somos personas que no discernimos esa delicadeza espiritual, somos personas ciegas espiritualmente, atropelladadoras, que pasamos por encima de las cosas, porque todavía no nos hemos encontrado con la puerta de la autoridad cerrada. Un niño que no sabe que en un toma corriente se puede dar un choque, él es imprudente, él puede tomar una aguja de crochet, y el niño es imprudente y viene y mete la aguja allá en el toma corriente; recibe un choque; hasta que no recibe el choque, no se da cuenta de que estaba pasándose una línea de la cual él no tenía que pasar; lo mismo nos pasa a nosotros cuando no hemos aprendido de parte del Señor el respeto por la autoridad espiritual; entonces nosotros metemos la aguja en el toma corriente y recibimos el choque. Dios no quiere que nosotros recibamos un choque, sino que nosotros aprendamos a discernir, que seamos personas simples, personas humildes, personas sin pretensiones, que nos hacemos en el último lugar y esperamos que sea Dios el que nos coloque en el lugar que determinó para nosotros; pero si nosotros mismos nos queremos poner en el primer lugar, entonces vamos a tener que pasar por la amarga experiencia de ser humillados, porque el que se enaltece será humillado. Se sentó el muchacho, era cómoda esa silla, vino y se sentó allí, y tuvo que venir el ujier a decirle: -por favor, este lugar está reservado para estas personas-; entonces aquí eso es lo que sucede: “no te sientes en el primer lugar”; o sea que no todos los lugares son iguales, sino que cuando el Señor dice que hay un primer lugar, quiere decir que en ese primer lugar sólo se pueden sentar las personas a quienes Dios puso en ese lugar. En segundo lugar, unos querían decir, y vinieron Jacobo mismo y Juan por medio de Salomé, su mamá, la hermana de María, y como era la tía, -vamos aquí por medio de nuestra mamá, que es tía de Jesús, y vamos a conseguirnos los mejores lugares en el reino de los cielos-. Dijeron: -Señor, cuando vengas en tu reino, concede que mis hijos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda-. El ser humano siempre quiere ocupar los mejores lugares, siempre los reservamos para nosotros mismos, pero el Señor dijo: -el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es mío darlo, sino para quienes está reservado-; por eso estamos usando esa expresión: “asientos reservados”, reservados por mi Padre; o sea, no somos nosotros los que nos tenemos que calificar a nosotros mismos; es necio el que se califica a sí mismo, por sí mismo; nosotros debemos someternos a la calificación del Señor, a la calificación de la iglesia, a la calificación de los hermanos, a la calificación del gobierno, a la calificación de la policía, a la calificación del director del colegio, de la directora; siempre debemos respetar la autoridad y ocupar el lugar que se nos asigne, y no asignarnos por nosotros mismos un lugar de preponderancia. Esa actitud no es buena. Entonces dice allí: “No te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él”. Aquella persona distinguida, lógicamente que no va a pelear su lugar, pero noten que existe algo que se llama “distinción”; esas son cosas que no tienen olor, que no tienen sabor, con qué se come; sin embargo en el mundo espiritual, en la realidad espiritual, existe distinción. Dios habla aquí a través del Señor que hay unas personas más distinguidas que otras; eso parece que no nos gustara, especialmente en la época de Laodicea, sin embargo, el Señor dice aquí que hay personas más distinguidas; claro que el distinguido no es que él mismo se haga distinguido. Vamos a ver que el que distingue es Dios. Vamos a 1ª a los Corintios, capítulo 4, donde nadie distinguido puede pretender ser el distinguido por sí mismo; al contrario, el que se tiene que hacer distinguido por sí solo, es porque posiblemente no está siendo reconocido en las conciencias de los otros. Entonces dice aquí en el capítulo 4, desde el verso 3, para tener el contexto completo de la palabra distinción que viene en el verso 7; para tener el contexto, vamos a leerlo desde el 3: “Yo en muy poco”, dice Pablo, “tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aún yo me juzgo a mí mismo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor. Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones, y entonces (fíjense en eso) cada uno recibirá su alabanza de Dios”. Aquí nosotros, entre los seres humanos, damos gloria a los impíos y humillamos y perseguimos a los justos; pero no será así cuando las cosas estén a la luz del Señor; ahí cuando venga el Señor Él sí es el que va a decir: -este es tu lugar, tú estás sobre diez ciudades; tú estás sobre cinco; tú no puedes entrar; tú te quedas un poco afuera; a éste amárrenlo, sáquenlo-, eso lo dirá el Señor. Será delicado para aquel hombre que se quiso meter, y lo ataron de pies y manos y lo sacaron; o sea que hay que aprender a no meterse. Entonces dice aquí: “cada uno recibirá su alabanza de Dios”; o sea, será Dios el que dirá: -éste eres tú para mí-; confesará su nombre delante de los ángeles y hará que todos respeten el lugar que Él te dio, ¿verdad? No hay que tomarse el lugar, hay que esperar que Dios se lo de, que las conciencias de los demás lo reconozcan. David, por ejemplo, había sido llamado por el Señor como rey en Jerusalén, y él era el que debía reinar en Jerusalén, pero David se quedó esperando siete años en Hebrón, y no fue a Jerusalén aunque él tenía que reinar en Jerusalén; ¿por qué David se quedó en Hebrón, reinando siete años, y no fue a Jerusalén? Porque David entendía que él tenía que estar allá, pero los otros no entendían, y entonces David no se puso él mismo; esperó que los otros lo convidaran. David, ¿qué haces tú en Hebrón? Si Dios te puso a reinar sobre las tribus de Israel, ven a Jerusalén; entonces ahí, cuando los otros reconocieron que era la voluntad de Dios que reinara David, entonces David fue llevado por los otros a Jerusalén y allí David ejerció en el nombre del Señor la autoridad en Jerusalén; pero él no lo hizo por sí mismo, aunque había sido llamado y constituido por Dios para serlo; él no impuso su autoridad; la autoridad no se puede imponer, la autoridad solamente tiene que ejercerse cuando es reconocida. ¿Por qué Jesús no hizo milagros en Nazareth? No porque Él era menos en Nazareth, no; porque en Nazareth lo menospreciaban, en Nazareth lo tenían en poco, -¿quién es éste? ¿no es acaso el hijo del carpintero? ¿sus hermanos no están con nosotros? Es uno de nosotros, ¿de dónde le vienen estas cosas? Entonces como ellos lo menospreciaron, Él mismo no hizo milagros en Nazareth, se quedó callado y no hizo nada, Él no peleó para ser reconocido en Nazareth como era reconocido en otros lugares, Él no hizo nada; o sea, la autoridad espiritual no se puede imponer, es Dios el que la pone. Cuando María y Aarón empezaron a criticar a Moisés, no fue Moisés el que castigó a Myriam, fue Dios mismo el que la castigó con lepra, porque ella no respetó a Moisés, y entonces Dios tuvo que castigarla porque ella era una persona irrespetuosa. Moisés no exigió respeto, Dios lo hizo respetar. ¿No tuvisteis temor de tratar así a mi siervo Moisés? No fue Moisés el que lo dijo, fue Dios; o sea que Moisés esperó que fuera Dios el que lo vindicara y lo defendiera. El que se quiere defender por sí mismo, en vez de aumentar su autoridad la pierde; en cambio el que espera que sea Dios el que lo vindique es aquel a quien realmente Dios vindicará. Cuando los israelitas estaban molestos porque Dios había escogido a Aarón para el sumo sacerdocio, entonces dijeron: -¿quién es Aarón? Ustedes se están poniendo por encima de nosotros-; Moisés simplemente se calló, puso su boca en tierra, y ahí Dios le dijo lo que tenía que hacer. Traiga cada uno su vara seca, representando que nosotros somos varas secas; ninguno de nosotros en sí mismo tiene nada bueno para dar a nadie, a menos que Dios haga reverdecer esa vara seca, y por el poder de la resurrección una vara seca puede dar flores y puede dar frutos; entonces las varas secas de todos fueron puestas delante de la presencia del Señor durante una noche, y la prueba de la noche sirvió para que al otro día, cuando ya había pasado la noche, la vara que floreció durante la noche, la vara que Dios hizo producir frutos y almendros, esa era la vara que Dios había escogido; y así cerró las bocas de los otros que querían discutir con Aarón. Yo soy el que tengo que estar ahí, saquemos a éste y metamos a éste. Nosotros somos así, pero Dios es el que pone y Dios es el que quita; ni siquiera David, mientras Saúl estaba reinando, se sacó a Saúl por sí mismo de encima, él esperó que Dios tratara con Saúl; y aunque David había sido puesto por rey en lugar de Saúl, David no lo derrocó, sino que esperó, ¿verdad? Esas son cosas que no tienen color, no tienen sabor, no tienen textura, son cosas como invisibles, pero las personas que son espirituales, disciernen lo que significa honra, lo que significa respeto, lo que significa distinción en esta área espiritual, ¿verdad? Seguimos leyendo aquí 1ª a los Corintios 4; ahí dice que cada uno del Señor recibirá su alabanza. Luego en el verso 6 dice: “Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros, para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros”; eso de envanecerse unos contra otros es una cosa ridícula y abominable en la presencia de Dios; eso le recuerda al Señor la rebelión de Satanás, ¿ven? Entonces dice aquí: “Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?”. Dios es el que da y Dios es el que distingue, por tanto, ninguna persona a quien Dios haya distinguido debe jactarse, ni debe pretender, -bueno, a mi fue a quien puso Dios, yo soy el digno de la pleitesía, de los aplausos, aquí yo soy el que mando, aquí yo soy el que doy la última palabra-; esa no es la actitud correcta. Aunque David había sido puesto por rey de parte de Dios, él se sentaba en el piso delante del Arca como cualquier otro y se humillaba y si hacía algo era porque le tocaba a él hacerlo, no porque él quisiera hacerlo, sino porque lo debía hacer por voluntad de Dios, no para jactarse por sí mismo. Entonces la palabra aquí: “¿quién te distingue?” implica que sí hay distinción, que es diferente de acepción; acepción de personas es una cosa diferente que ¿distinción. Nadie puede exigir nada delante de Dios, pero ¿qué si Dios quiere que Miguel sea arcángel y no ángel? Dios hizo arcángeles también; Dios hizo ángeles, pero hizo también arcángeles, también hizo querubines, y también hizo serafines. Un ángel no debe protestar porque fue hecho sólo ángel y no arcángel, y un arcángel no debe protestar porque fue hecho solo arcángel y no serafín, no; Dios lo quiso así; debemos respetar lo que Dios ha hecho. Ese tipo de envidias, de peleas, de luchas por primacía, esas son cosas que son originadas en Satanás; en la presencia de Dios eso nos debería traer vergüenza; nosotros debemos humillarnos, no reclamar nada, no pretender nada, y quedarnos en el polvo; y si el Señor nos dice: quédate en ese lugar, ahí nos quedamos, ¿amén? Pero en el mundo las cosas no son así, y por eso aquí el Señor lo está diciendo de esa manera. Volvamos a Lucas 14:8: “No sea que otro más distinguido que tú…”; todos debemos saber que habrá muchas personas espiritualmente delante del Señor más distinguidas que nosotros; quizá no nos guste eso, quizá nos rebelemos interiormente, pero el día que veas la gloria del Señor manifestada en esas personas, ese día te va a dar vergüenza; mejor discernir hoy y ser personas prudentes, personas que saben guardar su lugar, personas que saben respetar y aprecian lo que el Señor ha dispuesto; entonces otro más distinguido que tú; en este tiempo nadie quiere oír esa frase, otro más distinguido que tú, pero hermanos, ¿habrá personas más distinguidas que nosotros? ¿Vamos nosotros a pretender estar al lado de Pablo y de otros siervos de Dios que han caminado con Dios humildemente y que el Señor los ha puesto en lugares de preeminencia? Todos debemos saber que todos nos vamos a encontrar en la vida con personas más distinguidas que nosotros; no debemos pensar cuán distinguidos somos nosotros, debemos pensar a quiénes ha distinguido el Señor sobre nosotros, para respetar al Señor. Luego dice aquí: “…más distinguido que tú esté convidado por él, y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga:…”; porque fíjense, no es el otro el que va a pelear por su lugar, -éste es mi puesto-, no; en el reino nadie pelea por su puesto, en el reino del Señor, el Señor le da el puesto a cada uno, pero si uno se le coló al otro, es el mismo que convida el que pone orden entre los convidados, y dice: “…y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: Da lugar a éste”; ¡que cosa! el chofer ahí sentado en lugar del ministro, y el ministro allá atrás; ahora el chofer tiene que irse atrás y el ministro estar ahí adelante; “…y entonces comiences con vergüenza…”, porque existe algo que se llama vergüenza. Hay gente que es dura, gente que no tiene vergüenza, o sea, son sin vergüenza; esos sin vergüenza que hoy no quieren aceptar una pequeña vergüenza, dice el libro de Daniel, que van a tener una vergüenza perpetua; ¿qué significa una vergüenza perpetua? Una vergüenza que no les va a salir de su rostro; porque hay personas que tienen vergüenza y quieren que se los trague la tierra, y quieren esconderse, ¿verdad? Uno piensa que cuando estamos en la oscuridad no se van a notar las cosas; cuando estemos en la luz del Señor, ahí las cosas se van a notar, y entonces ahí vamos a tener vergüenza de haber sido pretenciosos; seguir nuestra vana gloria se va a convertir en vergüenza. Es mejor ser avergonzados ahora mientras estamos aquí, que no avergonzados perpetuamente; esas personas, incluso angelicales, y grandes principados que van a estar allá en el lago de fuego, sabiendo que humildes personas van a estar en el reino del Señor ocupando lugares de autoridad, porque el que se humilla será enaltecido, y los que se rebelaron, se engrandecieron, serán humillados, tendrán vergüenza; personas que hoy son caraduras, tendrán vergüenza, una vergüenza perpetua; y los grandes de la tierra que hoy se enseñorean de los otros, cuando venga el Señor querrán esconderse debajo de las piedras, debajo de las cuevas; por eso es que ellos buscan la oscuridad, porque en la luz se sienten desnudos, se sienten realmente lo que son, su monstruosidad es evidente a todos; por eso, para que no vean la monstruosidad de uno, uno en su vergüenza huye y se mete en la oscuridad. Entonces es mejor humillarse para que el Señor diga: -sube más acá-, ¿ven? Entonces dice: “da lugar a éste”; el Señor no lo mandó al último lugar, pero como el tiempo se lo ocupó sentándose donde no debía, ya el lugar de él lo había ocupado otro, entonces ahora le tocó uno más inferior del que le correspondía; o solo por vergüenza, aunque estuviere libre ese lugar, para que no le vuelva a pasar, se fue al último lugar. Es mejor ponerse en ese último lugar, porque ahí no hay peligro de que te degraden; mejor es degradarse uno mismo, humillarse, y entonces ahí es que otro te alaba; dice la Escritura: “que te alabe el extraño y no tu propia boca”. Nosotros fácilmente queremos jactarnos, y ojalá inmediatamente el Señor nos desinfle, porque ¿qué le pasó a Nabucodonosor? -Esta es la gran Babilonia que yo edifiqué-; entonces ahí mismo se volvió como un burro, comiendo paja como un burro, siete años de loco hasta que reconoció quién es el que hace todo; no es el hombre; nunca peleemos por nuestro puesto, dejemos que Dios nos lo dé. “Entonces comiences con vergüenza a ocupar el último lugar. Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar”, no pretendas, “para que cuando venga el que te convidó…” ¡ay! aquí el Señor habla de una boda, y ¿cuál es la boda por excelencia de la cual las demás no son sino figuras? La boda del Cordero, y el que convida es el Señor; “cuando venga el que te convidó, te diga: amigo, sube más arriba”, no sea que diga: -y ¿tú qué haces acá sin vestido de boda, tú que pretendes acá?, por favor, amárrenlo y sáquenlo-. “Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa. Porque cualquiera…”, y aquí no hay excusa, ninguno tiene derecho a enaltecerse, “cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido”. Entonces ahí el Señor les estuvo hablando primero a los convidados, ¿verdad? Pero había el convidante de aquella ocasión que necesitaba también una palabra del Señor, y el Señor entonces aquí le enseña la palabra, porque Él está hablando de los distinguidos, de los invitados más distinguidos, pero ahora el Señor está mostrando el carácter del Padre, de invitar a los más humildes, a los cojos, a los ciegos, a los mancos; y entonces ahora el Señor le habla al convidante, mostrando cómo es nuestro verdadero convidante, cómo es el Señor, el carácter del Señor. Yo pienso que la iglesia, en los 21 siglos que lleva sobre la tierra, ha aprendido de a poquito esto; los ágapes surgieron en la iglesia con este sentido. Dice: “Dijo también al que le había convidado: Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y seas recompensado”, seas recompensado por el que te convidó. El Señor quiere recompensarnos Él, por aquello que no nos recompensan los hombres; el Señor quiere eso, porque nosotros aquí en la tierra decimos: -bueno, yo voy a pelarle el diente a este rico, porque posiblemente me va a dar un trabajito y buen salario-; y la gente siempre quiere estar ganándose a aquellos de quienes esperan alguna cosa; pero el Señor no quiere que nosotros pongamos la mira en los hombres. “Maldito el hombre que confía en el hombre”[1]; Él quiere que esperemos en Dios, ¿verdad? Entonces aquí dice que llevemos al banquete a los que no nos pueden recompensar, a los que no nos pueden pagar. El Señor quiere que nosotros nos encaminemos por ese lado. “Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos”; fíjense en que eso fue lo que hizo el Señor. En la siguiente parábola, que es la de la gran cena, miren lo que dice el versículo 23 del mismo capítulo 14, donde el Señor mismo cumple lo que Él enseñó en la parábola; Él obedece su propia enseñanza: “Dijo el señor al siervo”, esta palabra, perdónenme, cuatro veces me la ha dicho el Señor: “ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa”; esos eran los que sobraban, los cojos, los ciegos, los que sobraban, porque antes había dicho en el versículo 21: “Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Ve pronto por las plazas y las calles de las ciudad, y trae acá a los pobres”; ¿cuántos son cristianos? La mayoría no son ricos, son pobres; sólo cuando se vuelve un movimiento famoso empiezan a entrar los ricos, pero cuando las cosas son de esos “pentecostalitos de barrio marginal”, ahí nadie quiere saber nada, pero cuando empieza el movimiento grande, ahí sí los grandes barrios, los templos elevados, donde va la gente rica, ahí todo el mundo quiere ir a reunirse; pero el Señor dice: -ve por los caminos, a las plazas, a las calles, trae aquí a los ciegos, a los mancos, a los cojos, y luego los que sobraban, ve por los caminos, por los vallados-; o sea que no están ni en la ciudad, son los pobres rurales; es decir que el Señor cumple lo que Él mismo enseña, y entonces Él le dice a la iglesia eso: “Cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos”; esto ya lo había enseñado Dios desde la ley. Yo quisiera que miremos algunos pasajes de la ley en Deuteronomio para que veamos que ese ha sido el sentir de Dios permanentemente para con Su pueblo. Entonces vamos inicialmente al capítulo 14, y vamos a los versículos 28 y 29; aquí habían las fiestas, las grandes convocaciones santas que el Señor hacía con Su pueblo, y dice: “Al fin de cada tres años sacarás todo el diezmo de tus productos de aquel año, y lo guardarás en tus ciudades. Y vendrá el levita, que no tiene parte ni heredad contigo, y el extranjero, el huérfano y la viuda que hubiere en tus poblaciones, y comerán y serán saciados; para que Yahveh tu Dios te bendiga en toda obra que tus manos hicieren”. El Señor dice que el que le da al pobre, le presta a Dios[2]; Dios considera un préstamo que alguien le de algo al pobre sin pedir recompensa; es decir, si alguien le da al pobre sin pretender nada, si alguien ayuda sin esperar retorno y lo da, eso Dios lo considera un préstamo, Dios se siente deudor, y Dios paga lo que tú haces por amor, gratuitamente, sin esperar nada. Miremos aquí mismo en Deuteronomio, ahora en el capítulo 16, versículo 11, este mismo principio. Dice: “Y te alegrarás delante de Yahveh tu Dios, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, (noten: juntos, no los siervos allá donde estarán solos los siervos, sino que estarán con los patrones, con los dueños de la casa, se alegrarán juntos en la misma fiesta) tu sierva, el levita que habitare en tus ciudades, y el extranjero, el huérfano y la viuda que estuvieren en medio de ti, en el lugar que Yahveh tu Dios hubiere escogido para poner allí Su nombre. Y acuérdate de que fuiste siervo en Egipto; por tanto, guardarás y cumplirás estos estatutos”; como quien dice: -ustedes saben lo que sienten los siervos, porque ustedes pasaron su tiempo de siervos; ustedes saben cómo se sienten los extranjeros, porque ustedes también han sido extranjeros; entonces hagan sentir en familia a los extranjeros, a los pobres, a los humildes, a los siervos, tienen que hacerlos sentir en familia, comer juntos y alegrarse juntos como una misma familia delante de Dios; ese es el sentir de Dios. Eso mismo también está en el capítulo 26 de Deuteronomio, versículos 11 al 13, igual: “Te alegrarás en todo el bien que Yahveh tu Dios te haya dado a ti y a tu casa, así tú como (es decir, no haciendo distinción, en este caso es que no se hace distinción, ni acepción, ¿se dan cuenta?) el levita y el extranjero que está en medio de ti. Cuando acabes de diezmar todo el diezmo de tus frutos en el año tercero, el año del diezmo, darás también al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda; y comerán en tus aldeas, y se saciarán. Y dirás delante de Yahveh tu Dios: He sacado lo consagrado de mi casa y también lo he dado al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda, conforme a todo lo que me has mandado; no he transgredido tus mandamientos, ni me he olvidado de ellos”. El Señor quería que en las convocaciones santas las clases sociales desaparecieran. Esto no lo dice al siervo: -usted tiene que forzar esto-, no; se lo dice al amo: -tú, tu casa y tu siervo-; o sea que el de arriba tiene que honrar a los de abajo, y los de abajo tienen que respetar a los que Dios puso arriba. En el Nuevo Testamento es la misma cosa, los siervos tienen que honrar a sus amos y hacer las cosas como para el Señor, pero los amos tienen que acordarse de que ellos son iguales delante de Dios, y que el mismo Señor de ellos es el Señor de los siervos, y que ellos tienen que ser justos y magnánimos, y representar el sentir y el gobierno del Señor, ¿amén hermanos? Entonces estas cosas, ese sentir de Dios, aparece también aquí en la enseñanza del Señor Jesús: “Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos”; saben, hermanos, esto inclusive en lo natural, a través de la conciencia humana, como dice Pablo en Romanos, “mostrando la obra de la ley escrita en nuestros corazones”[3], lo sienten personas que no son cristianas, personas que son simplemente humanas, y por haber sido creadas a la imagen de Dios tienen ese sentir, aún sin ser cristianas; y por eso me traje este libro acá; ¿saben qué libro es? Los Diálogos de Platón; traje el tomo III, donde está un diálogo llamado Fedro, y aquí Fedro, 300 años antes de Cristo, habla lo mismo, mostrando la obra de la ley escrita en su corazón. Ustedes saben que Platón fue un poquito mayor que Aristóteles, y Aristóteles fue preceptor de Alejandro Magno, más o menos unos tres siglos antes de Cristo. Les voy a leer lo que dice Fedro en su diálogo con Sócrates, y aquí no es Sócrates el que lo dice, sino el propio Fedro. Dice Fedro de la siguiente manera: “Así, pues, cuando quieres dar una comida, deberán convidar, no a los amigos, sino a los mendigos y a los hambrientos, porque ellos te amarán, te acompañarán a todas partes, se agolparán a tu puerta experimentando la mayor alegría, vivirán agradecidos y harán votos por tu prosperidad”; miren lo que decía Fedro. Ahora, ¿por qué en la iglesia había ágapes? ¡Qué cuidados había que tener y hay que tener en los ágapes!. Vamos a 1ª a los Corintios, capítulo 11; ya fuimos al 4, y veamos allí lo que dicen los versos 33 y 34, que hacen referencia a los ágapes, cuando los santos expresan el amor divino, la comunión divina, comiendo juntos; entonces dice: “Cuando os reunís a comer, esperaos unos a otros”, es el mismo principio. Esperar, o sea, honrar a los otros; y dice: “Si alguno tuviere hambre…”, o sea, tiene tanta hambre que por eso quiere comer de primero en el ágape. Como vamos a un ágape, y seguramente nos vamos a demorar porque somos muchos, y la servida del alimento quizá se demore, entonces coma en su casa. “Si alguno tuviere hambre, coma en su casa”; váyase con la panza llena y el corazón contento, como dice el dicho: “barriga llena, corazón contento”. Vaya tranquilito para que allá pueda esperar, ser cortés, ser atento con los otros, ¿ven? “Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio”, y también un poquito antes había hablado de que no debemos avergonzar a los pobres, ¿verdad? En el capítulo 11 dice el verso 20 al 23: “Cuando, pues, os reunís vosotros…”, o sea, nosotros, no la cena del Señor, sino la nuestra, es a lo que se llama “ágape”. Dice: “Cuando, pues, os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor”; la cena del Señor es el pan y el vino, pero “nosotros” es lo demás. “Porque al comer…”, ese es el problema que pasaba en Corinto, “…cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y otro se embriaga”; es decir, uno comió de más y al otro le faltó. “Pues qué, ¿no tenéis casas en que comáis y bebáis?” Aquí venimos a compartir con los otros; en la casa coma y beba para que esté tranquilo, pero si viene al ágape de la iglesia ahí venimos para honrar a los demás; entonces dice ahí: “¿no tenéis casas en que comáis y bebáis? ¿O menospreciáis la iglesia de Dios, y avergonzáis a los que no tienen nada? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabo”. ¡Señor Jesús! A veces nosotros somos tan necios que no nos damos cuenta de que avergonzamos a las personas y hacemos sentir a las personas como que les damos, como que les estamos haciendo un favor; los estamos avergonzando, entonces dice aquí: “¿O menospreciáis la iglesia de Dios, y avergonzáis a los que no tienen nada? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabo”. En la iglesia, por ejemplo, si decimos que cada familia traiga lo que puede, y que aquí juntamos todo, entonces algunos que tienen más entradas pueden traer más y mejor, pero si los ricos se lo van a comer sólo con su familia, entonces el pobre que no puede traer nada, ni un arroz siquiera, se va a sentir avergonzado; no, ahí se trae y nadie sabe qué se trajo, cuánto se trajo, quién trajo mucho, quién trajo poco, quién no pudo traer nada, nadie sabe nada, todos estamos vestidos con vestido de boda igual, y aquí entonces se reparte todo, todos disfrutan de todo y nadie sabe quién trajo, quién no trajo, y nadie es avergonzado. Uno a veces, para mostrar que es bondadoso, que está ayudando, avergüenza a los otros; a veces uno no se da cuenta y hace eso; sólo después es que uno se da cuenta. El Señor nos de la gracia de cómo hacer las cosas sin que se note. Fíjense en que en algunas iglesias algunos hermanos han aprendido a ofrendar en secreto a otros hermanos, de manera que nadie sabe. Por ejemplo, un hermano se da cuenta de que a otro hermano le faltan zapatos y no los ha podido conseguir; puede ser que si le da los zapatos directamente, el hermano se de cuenta quién los dio, pero hay unos diáconos, hay una cajita donde se puede depositar un sobrecito anónimo dirigido al hermano fulano, o para algunos hermanos; ¿quién lo dio? El Señor, no se sabe de otro, el Señor se lo dio a través de la iglesia; y hay hermanos que lo hacen así, tienen sus sobres en secreto donde se ofrendan unos a otros; uno sabe la necesidad del otro y hace llegar en secreto al otro lo que el otro necesita y el otro lo recibió de Dios, sabe que fue el Señor, fue la iglesia, pero no se siente atado con nadie, ¿ven? Yo pienso que uno tiene que aprender, antes de dar algo, a no esperar reconocimiento ni retribución; eso es una cosa simplemente de Dios, que es para todos, no hay obligación, no se está esperando nada, no se está pretendiendo nada, y por eso, si se hace en secreto es mucho mejor. Entonces yo pienso que podríamos aprender de las iglesias que ya hacen esto de esta manera, como en Salvador, Bahía, Brasil, y en otros lugares, en secreto. Yo recuerdo que una vez estaba en una reunión, y tenía que hacer un viaje del Paraguay al Brasil; y de pronto terminó la reunión, y me llamaron los diáconos; yo vi que los diáconos estaban abriendo su cajita y decían: esto es para el hermano fulano, esto es para el hermano sutano, esto es para el hermano Gino. -Hermano Gino, una carta con el pasaje de Asunción para San Pablo-; yo no sé quién me lo dio, el Señor me lo dio a través de la iglesia, pude hacer el viaje porque el Señor le puso a un hermano hacer ese regalito y lo hizo en secreto, ¿ven? eso es bonito, no avergonzar; a veces uno no se da cuenta porque le está pasando a los otros; es cuando nos pasa a nosotros que nos sentimos avergonzados. Si nos dan delante de todos, así como le decía Condorito a Huevo Duro: -¡Te quedan muy bonitos mis zapatos, Huevo Duro!- y eso lo decía en la fiesta delante de todos; entonces todo el mundo se daba cuenta de que Huevo Duro tenía los zapatos prestados. Entonces hermanos, el Señor nos entrene. Yo y todos tenemos que aprender mucho a no avergonzar a los hermanos, a hacer las cosas en secreto, sin que nadie se entere, y que la persona sepa que es el Señor el que lo ama y que la iglesia lo ama, punto; y le da las gracias al Señor; además no es el único que recibe, todos están recibiendo unos de los otros, ¿amén? Entonces esos principios allí: no menospreciar, no avergonzar, esperar, y si tiene hambre, bueno, comer algo aparte en casa y así poder esperar en el ágape, y cuando no hay para comer aparte, ahí hay que esperar. Continuamos en Lucas 14 verso 14: “y serás bienaventurado…”, y dice la razón: “porque ellos no te pueden recompensar”; o sea que cuando nosotros recibimos la recompensa aquí, se nos dirá: ya tienes tu recompensa porque tú lo hiciste para esto y ahora lo obtuviste, entonces ya tienes tu recompensa; qué triste es que lleguemos al tribunal de Cristo y el Señor nos diga: mira, respecto de todo esto ya tienes tu recompensa; mejor es que tengamos una cuenta en el cielo, una cuenta que ojalá sea abultada, para que cuando lleguemos al tribunal de Cristo, no hayamos recibido la recompensa de los hombres, sino que recibamos la recompensa de Dios, ¿amén? Y dice: “pero te será recompensado en la resurrección de los justos”. El Señor determina la recompensa en lo que la Biblia llama “la resurrección de los justos”; no es la resurrección general, sino la de los justos. La Biblia habla de resurrección general y de resurrección de los justos. Sólo para ilustrar esto, vamos a unos versículos y terminamos aquí. Vamos a Daniel capítulo 12 y veamos la mención de este doble aspecto de la resurrección. En el capítulo 12 dice el verso 2: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados”, o sea, esto es la resurrección, pero dice: “unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua”; eso es lo que estamos diciendo, una vergüenza y confusión perpetuas. Entonces vemos que unos son despertados para vida eterna, y otros son despertados para vergüenza y confusión perpetuas. Ahora, vamos allí al evangelio de Juan, capítulo 5 versículo 29, donde el Señor Jesús también menciona esos dos aspectos de la resurrección; leo desde el 26: “Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener en vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto…”, que Dios le dio potestad al Hijo de ejecutar juicio, “porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida…”; entonces hay una resurrección que se llama “resurrección de vida”, “mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación”; o sea, habrá gente que resucitará para ser condenados, pecaron en su cuerpo y con espíritu, alma y cuerpo en que pecaron, van al lago de fuego, resucitan para condenación y al lago de fuego, ¡imagínense! Son dos tipos de resurrección diferentes. Miremos ahora también en Hechos capítulo 24, versículo 15; dice allí el apóstol Pablo: “Teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, (o sea, los judíos) de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos”; entonces habrá la resurrección de los justos y otra de los injustos; una para vida eterna, otra para vergüenza perpetua, para condenación; y lo mismo dice Pablo a los Filipenses en el capítulo 3. Pablo hace una distinción de esas resurrecciones; capítulo 3, versículo 11; Pablo dice que él quería llegar a ser semejante a Cristo en su muerte, y dice en el verso 11: “Si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos…”, o sea, si todos los muertos van a resucitar, ¿por qué Pablo dice: “si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos”?, porque esta resurrección a la que él quiere llegar no es la general para juicio, sino la de los justos, la que es para vida eterna; entonces él quiere resucitar con una mejor resurrección[4]. En Apocalipsis se nos dice que entre la resurrección de los justos, que es para vida, y la resurrección que es para condenación, hay mil años de diferencia entre las dos resurrecciones; eso está en el capítulo 20. Apocalipsis capítulo 20, dice desde el verso 4: “Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron…”, o sea, habían muerto, y vivieron, esa es la primera resurrección, “y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Pero los otros muertos (o sea, no los vencedores, no los que fueron decapitados por causa de Cristo, los que no pagaron el precio) los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección”, o sea, la de los justos, los que reinan mil años, esa es la primera, no hay otra resurrección anterior, esa es la resurrección de los justos, esa es la mejor resurrección, esa es la resurrección para vida, ¿amén? De la primera dice, de la primera resurrección: “la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años”. Luego, cuando se cumplan los mil años, ahí es cuando Satanás es suelto de la prisión y hay la otra resurrección, la resurrección de condenación; entonces hay dos resurrecciones: una para vida y otra para condenación, y entre las dos hay una diferencia de mil años, ¿amén? Solamente miremos ahora en Lucas capítulo 20, verso 35, donde el Señor, cuando le preguntan sobre la resurrección, y le dicen que un hombre había tenido siete esposas y ninguna le había dado hijos y que con cuál de ellas se iba a casar en la resurrección, entonces desde el verso 34 está la respuesta: “Jesús, les dijo: los hijos de este siglo se casan, y se dan en casamiento; mas los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección…” no de los muertos, sino “de entre los muertos…”, la resurrección de los muertos es la general, pero de entre los muertos es la primera resurrección, o sea la resurrección de los justos; “mas los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento. Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección”. Esa es la resurrección de los justos. Entonces hermanos, yo creo que esta parábola nos ha dado mucha tela que cortar, ¿verdad? El Señor nos ayude en muchas áreas. Vamos a darle gracias al Señor. Padre, te damos gracias porque en Tu amor y paciencia, en Tu inversión que haces en nosotros nos hablas estas palabras; nos sentimos gozosos que nos tengas por dignos de hablarnos Tu palabra, porque tienes esperanza de producir fruto con esta semilla en nuestra vida. Señor, no queremos ser sólo oidores, sino hacedores de Tu palabra; por eso estamos abiertos a ella para que ella nos gobierne, para que Tu Espíritu Santo nos recuerde cada detalle en la hora apropiada y nos des las fuerzas para hacer según Tu voluntad, para ser hijos tuyos en esta tierra, agradando Tu corazón por medio de Tu gracia, en el nombre del Señor Jesús, ¡amén! La paz del Señor sea con los hermanos. Transcripción: Hermana Marlene Alzamora Revisado por el autor y el comité de revisión conformado por: Piedad Gutiérrez, Beatriz Durán, Viviana Acosta y Johanna Alvarado. [1] Jer. 17:5 [2] Pr. 19:17 [3] Rom. 2:15 [4] Heb. 11:35 |